La Primera Historia de los Miserables : La de Jean Valjean

 Los Miserables - Historia I

Jean Valjean

    En contraste con la preponderante mayoría de las profusas reseñas de libro que elaboré a lo largo de los últimos dos años, esta reseña no abarcará desgraciadamente un resumen pormenorizado del guion de dicha historia cabal, sino se va a circunscribir únicamente al quid y mensaje de la tragedia de Jean Valjean, que nos permitirá desembocar en conclusiones filosóficas trascendentes, ya que el pasado delincuente y oprobioso del antiguo galeote Jean Valjean no constituye únicamente una condena de un ladrón infame que no escarmienta, sino una sentencia de la sociedad entera que no compadece, lo que es un resultado que debe de pesar en la conciencia de todas las almas que la conforman. No obstante, dicho esto, este aviso no da a entender que no incluirá ningún compendio de la trama general, sino insinúa que el foco principal estará en la interpretación del escenario y no su mera descripción. 

    A grandes rasgos, Los Miserables es una obra literaria que esquemáticamente aborda la naturaleza humana, el enfrentamiento interno entre el bien y el mal y el contraste entre lo terrenal y lo divino, ambientado en un mundo despiadado e implacable. Denuncia los fallos de su sociedad defectuosa pero todavía redimible pero, más importantemente, proclama la victoria del honor y de la fe sobre el deshonor y el descreimiento en el marco del entendimiento y de la cosmovisión cristianos. En los primeros capítulos de los Miserables por Victor Hugo, se trata del encuentro de un clérigo angélico e integérrimo con un alma acrisolada y un antiguo galeote ruin y mancillado por los demás a raíz de su pasado facineroso. A pesar de la primera impresión que deja la narrativa como la historia de un encuentro de dos hombres, uno malo y el otro bueno, su profundidad filosófica es más allá de tal suposición superficial. En esta obra quedan plasmadas todas las virtudes de la fe cristiana que el excelso escribiente francés pone de manifiesto hábilmente por razones desconocidas. Voy a explicar por qué digo que las razones por las cuales resalza siempre una rectitud y probidad conforme a la religión cristiana más abajo. 


    Este conmovedor relato del obispo Señor Bienvenido—Monsieur Bienvenu—y del antiguo condenado Jean Valjean arranca con la etopeya minuciosa de los pormenores del primer personaje de la novela, llamado Myriel, asignado a la diócesis de Digne en la Francia revolucionaria desde el año 1806. Se nos cuenta la transformación del obispo Myriel de una figura dudosa en un héroe desprendido y magnánimo con el paso del tiempo. Sus hazañas religiosas y sociales están referidas para dar a conocer el verdadero carácter bondadoso del obispo en cuestión, su manera de proceder y su capacidad a penetrar en el alma. Pues se presentan sus compañeras de casa que son su hermana mayor y una sirvienta. A continuación recala un hombre vil y digno de desprecio en aquel pequeño asentamiento. Él se llama Jean Valjean y es un antiguo galeote con un pasaporte amarillo que implica un castigo penal cumplido, es decir, un pasado delictivo. Por lo tanto, los propietarios de los dos albergues o posadas, donde el antiguo galeote había postulado a una habitación, lo expulsan de sus establecimientos sin proporcionarle refugio cualquiera si bien él disponía de la suma suficiente para cubrir su estancia.


    Agobiado y desesperado por su aprieto lamentable, una aldeana se compadece de Jean Valjean y le recomienda golpear a la puerta de la casa sita en frente de la iglesia de Digne, que pertenece al obispo en realidad. Tras la propuesta, el angustiado marginado se tambalea hasta la entrada de dicha vivienda. Contrariamente al resto de los lugareños, el obispo acoge al infausto hombre con gran recato y miramiento. Él pide a ambos otros miembros del hogar que agasajen al hombre con cortesía y consideración, colocando en la mesa el mejor cubierto del aparador ante él y cocinando sopa de leche en un cuenco de loza. Una vez la hora de acostarse llegada, el viejo obispo le brinda a su huésped forastero un colchón grato al que él no está habituado en su calidad de condenado ducho y encallecido. Las medidas draconianas tomadas por extenso en aras de su comodidad apabullaban a Jean Valjean a tal punto que su mente está nada menos que ofuscada y desconcertada. Desde tiempos inmemoriales lleva morando en la miseria en el grado más atroz y su corazón empedernido, mortificado y colmado de pesadumbre le obstaculiza la aceptación de la situación.

La cena del obispo Myriel y del galeote Jean Valjean, acompañados de la hermana del obispo Baptistine y la sirvienta Magloire

    Después de la rutina nocturna, todos se acuestan y tanto los propietarios del domicilio como su huésped pernoctando con ellos acuden a sus camas. En medio de la noche, Jean Valjean se despierta sobresaltado y se puso a contemplar. Ya no quiere quedarse ahí y su alma le presiona para que se vaya. Ante este impulso él cede. Sin embargo, un revoltijo de pensamientos ofídicos le azotaba en lo más profundo de camino a la salida. Cerca del obispo rutilante con gracia, un candelero de plata llama su atención aunque no se atreva a la comisión de un nuevo hurto. Pese a todo, se rinde a su instinto inveterado imposible de desarraigar, porfía en reincidir, se obceca en su iniquidad y, por consiguiente, agarra el candelero de paso. 


    Cuando amanece, las dos mujeres de la casa se alborotan al percatarse del acto ignominioso de aquel maleante. A distinción de ellas, Señor Myriel mantiene su buen humor, sosiego inquebrantable y actitud imperturbable. Ante las malas noticias de la fuga y del hurto del forajido de ayer, el obispo no se preocupa y calma a las féminas igualmente. Más tarde, dos gendarmes traen a Jean Valjean de vuelta. Sujetado por los gendarmes, los oficiales aclaran que habían detenido y arrestado al hombre tras una interrogación in situ, ya que portaba un candelero de plata bastante sospechoso. Él había alegado que se lo había dado un sacerdote, por lo que los gendarmes lo trajeron para comprobar. Contra todo pronóstico, el religioso obispo hace lo que requiere su fe e insta a que lo suelten bajo el pretexto de que él había regalado ese candelero de veras. Después de traer el resto del cubierto de plata, al pobre hombre se le acerca y le pregunta por qué dejó el resto de su regalo cuando se fue. Este acto se graba en el alma de Jean Valjean para siempre. Luego, él no se puede sobreponer a este suceso y cambia desde dentro. Si bien pisotea la moneda de un pequeño muchacho saboyano llamado Le Petit-Gervais, que había dejado caer sus monedas accidentalmente, no se lo devuelve al instante, se arrepiente posteriormente y busca a aquel chico fugado en vano para devolverle sus monedas. Cuando falla y se da por vencido, se topa con un cura y se lo da a manera de dádiva. Así se termina la historia. 


    Uno de los elementos que más destacan en los Miserables es el empeño de Victor Hugo de poner de relieve el dechado de virtudes cristianas siquiera no fuese un creyente tan apasionado de la fe cristiana, ya que se interesaba más por las creencias orientales y el islam igualmente que por el cristianismo. Además, se desviaba del "camino recto" y se deleitaba con placeres carnales y concupiscencia en detrimento de la fe de Cristo visitando diariamente el lupanar por ejemplo. Algunos alegan que Victor Hugo expresaba y ponía por escrito sus pretensiones pudorosas que fracasaba en alcanzar. Según los proponentes de esta teoría, Victor Hugo habría descrito sus ideales cuando se veía en realidad aprisionado en un círculo vicioso de voluptuosidad e impudicia que no podía resistir a raíz de su facilidad de acceder a ellas por su fama y dinero. 


    Sea como sea su vida privada, el mensaje que anhelaba mandar fue concienzudamente pasado por el tamiz de su corazón benévolo. En la mayoría de sus obras, la configuración del conjunto de personajes sigue una línea inmutable. Los personajes de sus obras, aunque ficticios, incluyen por una parte a un hombre altruista, humilde y dócil en total consonancia con la moralidad bíblica; por otra parte, siempre se asoma un personaje insulso, malquiso y desconceptuado que se halla en un estado de inferioridad tanto físico como espiritual frente al buen protagonista. Nos sumerge en un enfrentamiento del bien intacto y custodiado contra el bien depravado y extraviado por así decirlo porque en ninguna de sus narrativas es posible que el lector halle a una figura exclusivamente diablesca e insidiosa, una de mal obrar irredimible. Lo que sea que haya perpetrado el pecador, a ciencia cierta brota un atisbo de esperanza para el que tiene el alma pervertida en algún recoveco o recodo dentro de aquel universo ficticio, en algún punto de la cronología. Sus relatos no concluyen siempre con la salvación típica como si fuera un cuento de hadas a semejanza de Hansel y Gretel, sino logran transmitir a la audiencia un recado valioso envuelto en una moraleja incisiva.


    En calidad de un lector aplicado leyendo escrupulosamente esta obra en la actualidad, puedo aseverar con firmeza que el don que tenía Hugo para entrelazar narrativas aparentemente desemejantes en un conjunto final singular y pegadizo que se fija en la memoria. Al principio, podéis estimar que la figura del obispo "Bienvenido" y su historia con aquel galeote en la aldea llamada Digne no recurre una vez acabada la historia. A continuación, empero, se conectan nuevos personajes de las siguientes historias de concierto con elementos de las previas, dando lugar a una obra completa. Una persona, Fantine de la segunda historia por ejemplo, que parece desempeñar un papel meramente decorativo en primer lugar vuelve a protagonizar enseguida, lo que convierte Los Miserables en una obra arrebatadora.


    Pese a la cuantía abrumadora de cualidades encomiables de esta obra maestra, que igualmente representa el fastigio de su autoría, la pluma del autor francés no es inmejorable o acendrada, ya que presenta ciertos fallos flagrantes, algunos debidos a la inmadurez de la corriente literaria en el contexto de la cual la elaboró y algunos procedentes de razones intrínsecas al estilo y vocabulario de Victor Hugo. A mi parecer, el más flagrante delito que cometió Hugo escribiendo los Miserables es su fracaso en disimular la ralea ficticia de su creación, por lo que un lector no puede perderse en la novela alejándose y abstrayéndose del mundo real por más que avanza en ella. Esto es debido a las numerosas irrupciones, o intervenciones, que opera entre las páginas en vez de incluir sus comentarios de autor de manera más natural. Podría haberlas interpuesto en los discursos de los personajes o en sus descripciones puntillosas, sin embargo, prefirió arrastrarnos fuera del universo de la obra y arrebatarnos el placer de poder olvidarnos a nosotros mismos al momento de leer en cierta medida. Los escribientes realistas o naturalistas como Jack London privilegiaron la ausencia del autor en el libro cuando Victor Hugo actuó a contracorriente con su propia presencia en sus creaciones, lo que es algo que me impide gozar al máximo. 


    A estas alturas cabe decir que fue él que determinó la quintaesencia de la corriente literaria bautizada el romanticismo en el prólogo de su libro Cromwell. Por ende, una acusación de su corriente misma recaería en el mismísimo Victor Hugo. Si esta corriente se difundió entre escribientes y obtuvo su renombre como una corriente de encuentros fortuitos, acaecimientos milagrosos, secuelas providenciales y temáticas comunes, Victor Hugo se lleva el mayor crédito a raíz de su palmaria contribución a tal nombradía. Sea como sea, cada producto tiene su cliente y el estilo intervencionista de Hugo seduce a cierta gente. Por lo tanto, recuerdo que este comentario mío es puramente subjetivo y cualquiera puede contradecirme sin ningún argumento tangible cuando se trata de los gustos y disgustos que no se pueden contestar.


    En lo referente al estilo de Hugo, se lo puede calificar de alambicado siquiera ya no sea tan enrevesado y enmarañado como el de otros escribientes prolijos como Marcel Proust. Le gusta manifiestamente entretenerse y detenerse en retratos personales que nos anima a meditaciones profundas acerca de la ética. No duda en abrir las honduras del alma de sus personajes y crear atmósferas inmersivas aunque muchas veces interrumpa en sus propios relatos para mostrarse en el interior de su obra, lo que daña su inmersividad como ya lo hemos explicado unos párrafos atrás. Salvo esto, su estilo se centra en un uso a la vez grandilocuente y consciente del lugar en el que los sucesos se desenvuelven. No hace omiso a los vocablos más coloquiales para acicalar las conversaciones o a los regionalismos que auxilian en la mejora de puestas en escena. La lectura puede resultar un poco espinosa para un lector contemporáneo, sin embargo, hay que admitir que su pluma refleja bien la lengua de su época.


    A modo de conclusión, Los Miserables es una obra imprescindible e ineludible no solo de Victor Hugo, sino de la literatura francesa y, además, la primera historia que aborda la vida del antiguo galeote llamado Jean Valjean es una introducción descollante para poder gozar de la lectura y seguir leyendo captivado. Contiene sus defectos por supuesto pero no restan nada al placer lector.


Os agradezco vuestro tiempo que dedicasteis a la lectura,

Athel.




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