La realidad cruda sobre la sexualidad

 La realidad cruda sobre la sexualidad

 Desde hace milenios, el ser humano se vio ineluctablemente atraído por él y lo orbitó sin poner en tela de juicio lo que ciegamente inmolaba por él. Es el gran atractor de toda tendencia conductual humana, si cabe decir humana ya que todos los seres vivos están sujetos a él: la sexualidad.


 Es un hecho incuestionable que el Hombre—que sería una palabra más adecuada contextualmente visto que es el género masculino que persigue el sexo, por lo menos comparado con el género femenino, o, dicho en otros términos, tanto se deja llevar a rastras por los instintos primitivos sexuales—lleva guerreando y compitiendo desde hace milenios por la consecución de alguna gratificación sexual sea directamente o sea indirectamente tanto como el novelista americano Henry Miller dijo una vez "El sexo es una de las nueve razones de la reencarnación y las ocho restantes no son importantes". Aunque haya, a fecha de hoy, un afán romántico e ingenuo de circunscribir la sexualidad al dominio de parejas amorosas o de dos personas lascivas pero relacionalmente escurridizas y, de este modo, presentarlo como una actividad juguetona que no incide en ningún otro aspecto de nuestra vida cotidiana, la sexualidad y los instintos orientados a ésta han sido siempre un factor resaltable e indesmentible en el comportamiento humano tanto a escala individual como colectiva. Es apropiado emplear el adjetivo "colectiva" en este contexto porque el comportamiento tendencioso de un individuo incide en el de los demás, ocasionando lo que denominamos como la mentalidad de rebaño. Por esto, necesitamos admitir la verdad amarga de que la sexualidad no controla solo los individuos, sino también las sociedades de manera invisible. Cuando la gente oye o lee esta teoría mordaz, suele dramatizar la situación recurriendo a mentecaterías hebenes porque no es una píldora de digestión fácil, nos cuesta tragarla; no obstante, no se nos queda otra que tragarla, es decir, reconocerla. Toda conducta humana gira en torno a la representación última del cumplimiento de la gratificación corporal y responsabilidad biológica: el sexo. De vez en cuando nos dirigimos adrede hacia este objetivo que es tan primitivo a pesar de ser tan crucial para la continuación de una civilización literalmente "civil". En otras ocasiones, actuamos de modo que se nos facilitase la tarea de conseguir la interacción sexual sin que nos percatemos de la diferencia conductual que manifestamos al momento de estar en medio de un grupo de personas. Pese a que sea arduo atisbar la modificación actitudinal en nuestra propia manera de proceder a simple vista, podemos simplificar el asunto adelantándonos una pregunta bastante simple: "Dado que obtendría lo mismo de la amistad de dos personas de sexo opuesto, solo uno de los cuales puedes entablar una amistad duradera, a quién elegiría?" Esta pregunta se nos puede antojar insignificante y vacía de sentido; sin embargo, expone nuestro deseo insaciable por el sexo puesto que la mayoría preponderante de nosotros se decantaría por la persona de sexo opuesto. En términos más simples, solemos optar por la persona de sexo hacia el cual sentimos una atracción sexual aun cuando estamos conscientes de que no sacaremos ningún provecho relacionado, ni de lejos, con el sexo. Entonces, ¿ por qué preferimos a la persona que es posiblemente, siquiera poco, una candidata provechosa desde un punto de vista sexual?

 Para contestar esta pregunta, tenemos que indagar, en cierta medida, en la biología general. Como ya es sabido por todos, los seres vivos tienen únicamente dos objetivos con los que se esmeran por cumplir incansablemente. Al ser la supervivencia el primer objetivo, no debería de implicar dificultad alguna adivinar el segundo: la perpetuación del primero, es decir, de la supervivencia. ¿ A qué me refiero con estas palabras altilocuentes? Es simple: la reproducción. Cuando el novelista Henry Miller profirió sus célebres palabras a propósito de la sexualidad—El sexo es una de las nueve razones de la reencarnación y las ocho restantes no son importantes—, lo que implicaba era exactamente este segundo objetivo que es la continuación de la especie. En realidad, tal cosa no existe. Quizá bastante confuso pero no hay el concepto verídico de "segundo objetivo como reproducción" porque es el mismo objetivo que el primero. Mientras que nos reproducimos y así damos a luz una progenie que anude nuestro linaje, enlazamos nuestra segunda tarea biológica con la primera en una unión más holística y utilitaria, por lo menos desde un punto de vista evolutivo, porque ningún ser vivo sigue viviendo con la mera intención de llevar a cabo funciones orgánicas primordiales, sino que anhela por la inmortalidad de esta viveza entre comillas. En este sentido, todo se reduce al sexo porque llegamos a la conclusión lóbrega de que el único propósito que poseemos en la vida es el de producir progenie. Esto explica también la razón por la cual las criaturas que no pueden reproducirse de manera sana y normal perecen más prematuramente porque la naturaleza no está satisfecha con un organismo que está abocado a estancarse en el árbol taxonómico sin ramificarlo aun más.

 Cuenta tenida de las declaraciones factuales arriba, todos podemos coincidir al unísono en la opinión de que cada persona con funciones reproductivas plenamente sanas acecha casi siempre una oportunidad aun mínima para iniciar alguna actividad que conduzca al acto de reproducirse, siquiera sea de modo falso, es decir, con preservativos y anticonceptivos. Pero la influencia tentacular del deseo sexual no se limita a esto, sino se manifiesta en muchas otras fachadas de nuestra vida, ya que todos los actos sociales que realizamos se mueven, sino rumbo al sexo, en torno al sexo. Si bien no analizamos el provecho futuro que nos aportará la amistad de un hombre, siendo hombre en este caso, de manera consciente y voluntaria, el cerebro reptiliano, que radica justo por debajo de los lóbulos "civilizados" que están, en apariencia, equipados con líneas curvas y sinuosas de color rosa, está tramando incesantemente alguna maquinación pícara para inclinar la balanza en favor de sus genitales. Yo denomino personalmente esta actitud como el pragmatismo primitivo. Por ejemplo, se lo podría contextualizar con una situación sencilla donde un hombre se desestabiliza justo después de un desamor con una linda chica. En tales circunstancias que, dicho sea de paso, nos pasarón casi a todos, el hombre ya no puede disfrutar más la vida y se torna frugal, melancólico, inapetente, tétrico y alicaído. A simple vista nos puede parecer como si estuviese solo bajo la influencia de la ruptura de un lazo afectivo que le genera un vacío sentimental; sin embargo, la triste realidad va más allá. Con la pérdida de dicha mujer, el hombre se pliega sobre sí mismo desinteresándose de las alegrías de la vida porque, a nivel inconsciente/subconsciente, su básico mecanismo síquico se pone en alerta por falta de propósito vital y por el fracaso que sufrió en su intento de conquistar una incubadora—discúlpeme por el término que empleo aquí para referirme a una mujer y note que todavía hablamos en un contexto salvaje lejos de la cubierta de civilización que envuelva y esconda nuestros instintos cavernarios—que le trajera la descendencia o fingiera dársela por medio del sexo protegido. Pues se alarma el cuerpo y una inquietud duradera se establece para exhortarle al pobre hombre a actuar en consecuencia con el fin de encontrarse una otra "cónyuge". También es posible mentar otros casos implicando como protagonista a mujeres pero paro en aras de la brevedad y la concisión.

 Además, conviene que realicemos una otra confesión que concierne a nuestros comportamientos en un entorno con potencial sexual, es decir, con personas hacia las cuales nos podríamos sentir sentimental y sexualmente atraídos. En tal entorno, solemos comportarnos de manera distinta a la de la cual nos comportamos en un entorno con personas con cero potencial sexual, por lo menos para nosotros. Aunque los ancianos tengan sus propios caprichos que no nos hacen echar de menos su frustración sexual cuando envejecen lo suficiente hasta que sus órganos genitales se atrofíen a causa de la edad, por lo general tienen un alma mucho más libre y sincera porque no se inquietan por su carisma o atractividad ya que no ansian unión alguna y no necesitan el aura tanto como antes. Por el contrario, los jóvenes se fuerzan a parecer más bellos, carismáticos y viriles/femeninos pero se arreglan a regañadientes, lo que significa que el mantenimiento de un cierto nivel de higiene no es algo que llevan a cabo con el fin de vivir una vida saludable, sino para atraer a los demás. Por lo tanto, la higiene se vuelve la herramienta antes que el objetivo. Por esto podemos alegar que la sexualidad nos vicia y altera desde dentro, cambiando el significado de nuestros actos y obligándonos a realizar acciones que no realizaríamos de otro modo.

 Una última cosa que nos queda por tratar es también la percepción de la inocencia en términos de la sexualidad visto que muchos suelen considerarles a aquellos que nunca han tenido relaciones sexuales inocentes. Esta visión existe desde la apariencia del hombre sobre la faz de la Tierra y un concepto de virginidad es observable casi en todas las religiones. Sin embargo, me atrevo a trasegar esta comprensión, con una opinión extremadamente contraria, al postular que la inocencia no proviene de la abstinencia e ignorancia del sexo, sino de su conocimiento y de la participación en él. Cuando un hombre nunca ha dormido con una mujer, probablemente estará ardiendo de deseo por el sexo y, consiguientemente, tenderá a interpretar sus interacciones con las mujeres del lado sexual mucho más frecuentemente, pero un hombre sexualmente saciado, o saturado se puede decir, ya no tendrá preocupaciones o complejos por el estilo. Así, podrá disfrutar de sus interacciones con las mujeres sin sentirse biológicamente obligado a calcular su probabilidad de seducirlas. En pocas palabras, será de espíritu libre de pensamientos salaces furtivos y, por tanto, se volverá inocente. Gracias a esta liberación, podrá desexualizar su cosmovisión y mirar las cosas de manera más inocente. Por esto, la inocencia verdadera es, a ciencia cierta, la presencia de la libertad sexual y nunca su represión y restricción.

 A modo de conclusión, me cuesta admitirlo verdaderamente tanto como os cuesta pero nuestra concepción de la sexualidad desempeña un papel mucho más crucial y central de lo que solemos pensar en nuestros propios comportamientos. Esta verdad es peligrosa ya que podría llevar a ciertas personas a practicar el libertinaje y a dedicarse a una depravación irreversible pero la aceptación, a mi parecer, es la única solución posible contra la formación de una sociedad inconscientemente hipersexualizada. Me preocupa la ignorancia al respecto porque puede crear a una juventud ignorante y excesivamente romántica con tendencias hipersexuales y desenfrenadas a la vez. Para prevenir esto, me parece que tenemos la obligación moral de correr un otro riesgo, el de llevar a algunos—a los que sería esta verdad indigesta— al libertinaje, y concientizar al público.

Muchas gracias por leer,
Athel.

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