Mi Primera Experiencia con el Golf

 Mi Primera Experiencia con el Golf

    Uno de los recuerdos más preciados del año 2024, que quedará por supuesto grabado en mi memoria para siempre, es a ciencia cierta mi cumpleaños ya que fue el día que jugué por primera vez aquel deporte de empresarios acaudalados y celebridades disfrutonas. Es un juego que comparte una historia común con mi deporte de predilección, el billar, y requiere de vastas praderas con césped bien podado para que se pueda jugar sin problemas: el golf.

Mi propia foto de aquel día 

    A pesar de trabajar en el mayor hotel de golf, o mejor dicho la cadena de hoteles de golf, en Turquía, hasta entonces no había tenido la ocasión de disfrutarlo de primera mano dado su coste. El golf cuesta honestamente una cuantiosa suma de dinero para alquilar tanto el campo como el equipaje. Sus palos vienen en un conjunto que abarca diferentes tamaños, longitudes y ángulos de cabeza según si el jugador desea lanzar la pelota a través de largas distancias o simplemente rodar la pelota suavemente hacia el agujero que ya se encuentra cerca. Respectivamente se adecúan mejor un driver y un putter para ambas situaciones. Además de esto, muchos palos están diferenciados con números, generalmente entallados en su eje. Así como podéis adivinar, jugar al golf supone costos extravagantes en comparación con otros deportes individuales.

    En mi caso, el hotel donde trabajo ofrecía cursos de golf gratuitos para su personal durante la temporada de invierno cuando ya no estamos inundados con huéspedes remolinándose alrededor de nosotros. Sin duda alguna me inscribí en él y me avisaron de que el curso se extiende por tres días, el tercer de los cuales era mi cumpleaños, es decir, el 20 de diciembre. Me emocioné mucho al oír que los dos coincidían y pedí a la agente de los recursos humanos que me matriculase en la tercera sesión por dicha razón que ella aceptó con gran placer y felicitándome.

    Al cabo de una espera de una docena de días llegó el gran día finalmente y un responsable, al entrar en la oficina al principio de la jornada, anunció mi nombre para que acudiese al curso. Me despedí de mis colegas y salí del edificio hasta el majestuoso portal, delante de la cabina de seguridad. Hacía mucho sol sin que nos abrasásemos porque el sol del invierno no emitía tanto calor como el del verano. Ya me había vestido ligero en vista de las temperaturas; tenía una camiseta fina digna de veladas de verano y una rebeca gris con cremallera. Sin embargo, mi pantalón no era sorprendente ya que llevaba siempre mi pantalón de tejido desde que nuestro director me advirtiese de abstenerme de pantalones de gabardina y vaqueros casuales. Frente a la cabina, me puse a esperar; charlaba a veces con los demás mientras tanto. 

    Una vez nuestro autobús llegado, todos nos subimos y nos sentamos en un asiento libre. El club se encontraba a unos 4 o, a más tardar, 5 minutos en coche y recorríamos en efecto los contornos amurallados del club. Era así de colosal la superficie que ocupaba. En fin, el autobús giró a la izquierda y las barreras se levantaron por delante. Ya estábamos. 

    El edificio me parecía de madera aunque mis ojos no fueron claramente creados para distinguir diferentes tipos de material. Por lo tanto, puede que me equivoque; no obstante, el edificio se asemejaba a una cabaña de caza antigua. Sus paredes estaban ornadas con cabezas artificiales de varias especies y fotos de antiguos visitantes minuciosamente encuadradas por marcos de madera oscura como epícea. La atmósfera era rematadamente vintage si bien todo estaba futurísticamente automatizado. Me asombraba de ver la empresa donde trabajaba y decía entre dientes:—¿ Por qué no nos invitasteis aquí antes?

    Nuestro instructor nos presentaba el campo mientras que él nos guiaba a través de los senderos de grava que recorría todo el campo serpenteando. El campo de golf donde nos encontrábamos era él más largo de toda Turquía con más de 30 agujeros. Sin embargo, nosotros no íbamos a usar los campos de torneo como jugadores profesionales, ya que había más de 25 de nosotros. Nisiquiera cabríamos en el campo alineándonos de trecho en trecho en una fila desde el lugar de inicio hasta el agujero. Por lo tanto, el instructor nos acogió en un kiosco de tiros cuyo nombre desconozco desgraciadamente. 

    Justo en frente del kiosco, en el césped, nuestro instructor nos enseñó cómo sujetar y manipular el palo de golf, advirtiéndonos de que no lo balanceásemos para no golpear a nadie. Al nivel de cuál nudillo debemos sujetar el palo, dónde ponemos el pulgar y cómo las dos manos se posicionan o cuál mano se superpone, fuimos instruidos hasta el mínimo detalle para un buen swing o, de modo más castellano, oscilación. Pues se asomó una furgoneta con un remolque de pelotas de golf que se podían contabilizar por miles. Tan pronto como nuestro instructor rechoncho, sin intención de ofender a nadie, lo digo solo por describir, hizo señal, todos acudimos al camión con cubos en la mano para llenarlos con pelotas, así que podíamos jugar de manera libre.

    Enseguida todos nos pusimos cada uno en una cabina en el kiosco para efectuar tiros libres durante casi media hora. Por gracia, nuestro hotel era el único en Turquía que estaba equipado con el sistema Trackman Range que rastrea el campo y analiza mediante su radar todos los detalles de un tiro, desde el ángulo de partida hasta la distancia sobre la cual la pelota se arrastró en el suelo después de caer a la tierra. De este modo, el juego se vuelve más analítico y palpable en lo que respecta a los tiros y esto permite al jugador examinar sus resultados, lo que incrementa considerablemente el placer de golf. 

    No obstante, se nos acabó el tiempo como toda cosa buena y los agentes de los recursos humanos empezaron a llamarnos a gritos para que nos dirijiésemos a los buses de vuelta. Ya que había recién interiorizado las nociones básicas y mis últimos tiros comenzaban paulatinamente a ir mejor encaminado a las inmediaciones de la bandera y del agujero a su pie. Sin embargo, dejé el palo en una bolsa de golf donde se enhacinaban todos los demás y me junté a la muchedumbre que regresaba. Así se selló una memorable experiencia más para mí mientras que yo miraba por la ventanilla el campo que quedaba cada vez más atrás. 

    En fin, a mí me gustaría añadir a modo de conclusión la primera impresión que dejó el golf. Honestamente, este juego no puede ser, a mi juicio claramente, un deporte sostenible ya que requiere de mucho tiempo, espacio y dinero. A esto se le puede agregar que los resultados no son siempre muy tangibles para el jugador a no ser que esté equipado con un sistema TrackMan Range; a pesar de esta posibilidad, nisiquiera este juego no sería, a ciencia cierta, gozable a largo plazo aun con dicho sistema, ya que yo antepongo el control y la interacción en un juego. Habida cuenta de este aspecto medular, el billar se distingue para mí todavía como el mejor juego donde tengo un mejor control de las bolas y sus partidos avanzan con más interacción puesto que ambos jugadores se turnan para realizar tiros a medida que las bolas siguen cayendo en las troneras. Pese a todo, el golf debe indudablemente ser un excelente juego para quienes dispongan de mucho tiempo, espacio, dinero, así como, por último, dedicación y entusiasmo.

Gracias por la lectura,
Athel.

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