Sobre el Matrimonio
Sobre el Matrimonio
En la actualidad, estoy siendo deplorablemente testigo de una cultura de denegación acerca del matrimonio, lo que me entristece profundamente. Muchos individuos de la juventud supuestamente moderna denigran el matrimonio, ya que la tendencia popular tiende obcecadamente a desopinar la institución matrimonial. Si ahora descendiese en la calle para preguntarle a jóvenes de mi edad a propósito de su actitud hacia el matrimonio, una gran mayoría me acribillaría con respuestas desdeñosas al respecto sin lugar a duda. Para mí, esta situación representa un desmoronamiento social y la desaparición de nuestra sociedad milenaria.
Tengo que aclarar que no consentiría a asumir el título de oscurantista de ninguna manera porque soy capaz de abogar por las novedades y los cambios societales por realizar; sin embargo, un trastrueque radical de la base ética y consuetudinaria de la sociedad por sí me parece macabro y dantesco. Con el fin de precisar mejor mi posicionamiento ideológico, opino que convendría impecablemente el ejemplo de una otra rama de estos nuevos pensamientos "progresistas": el anarquismo. El anarquismo es una corriente de pensamiento que propugna la supresión de la noción de estado junta a sus componentes como instituciones, inclusive el matrimonio. Según los anarquistas, el mundo actual es corrupto porque es artificial y no adecuado para nuestra especie; si dejásemos el mundo con sí mismo para que medrase a su manera, tendríamos un mejor orden mundial. Aquí interviene mi exclamación enfática: Ya vivíamos en las sabanas y los bosques antes de sedentarizarnos, pues vivíamos anárquicamente sin reglas ni regulaciones. Si hoy en día hemos evolucionado hacia este tipo de sistema, orden mundial, sociedad, o lo que sea, esto significa que es lo mejor y más saludable que podamos tener. La institución matrimonial credibiliza y apoya mi argumento, porque necesitamos el matrimonio para la continuación de nuestra generación y su crecimiento sano. Es un hecho sustancialmente evidenciado que los hijos sin una figura paterna en el hogar son increíblemente más proclives a crímenes violentos que los demás hijos lo son. Uno de los asesinos en serie más aborrecibles era Ted Bundy que había crecido sin padre. También ejemplifica mi tesis el caso de Richard Kuklinski, un otro delincuente americano, que creció en un ambiente afín al de Bundy. Por lo tanto, en resumidas cuentas, podemos decir que la sociedad está ampliamente dependiente de buenos matrimonios; asimismo, sería nefario esforzarse por suprimir y abolir esta institución y, tal vez, ocasionaría el fin del mundo tal como lo conocemos.
Una otra razón de este rechazo del matrimonio es, a mi parecer, la libertad comprometida. Cuando dos personas se prometen en matrimonio y se casan más tarde, se hacen, uno a la otra, el voto de fidelidad, delimitando las fronteras de su campo de libertad social y romántica, ya que el matrimonio es para dos. Esto despierta una sensación de represión, hasta lo que observe yo, en muchos jóvenes que adoran más de la cuenta su libertad. Este fenómeno es probablemente debido a una malinterpretación de la libertad individual, dado que las nuevas generaciones son más inclinadas al anarquismo que las antiguas. Ellos quieren deleitarse en un libertinaje escandaloso con beodez y llaman esto la libertad; sin embargo, la libertad, tal como lo describe Jean-Jacques Rousseau en su famosa obra "El Contrato Social", es un simple canje de derechos donde renunciamos a ciertos para obtener otros. Cedo mi derecho de matar a alguien más débil que yo, un derecho de las reglas del bosque, con el fin de obtener el derecho a la vida. Así que el concepto de libertad no equivale a una expansión del conjunto de posibles cursos de acción, sino a un trueque de derechos donde damos los medievales para obtener los modernos. El libertinaje es un acto animalesco pero pertenece a mis posibles cursos de acción; no obstante, si me caso con una mujer, declaro mi intimidad con ella al mundo y obtengo el derecho de vivir esta experiencia "libertina" con alguien para siempre. Así que los jóvenes de hogaño no están dispuestos a asumir responsabilidades y prefieren sus derechos salvajes. En fin, para hablar de soluciones, pienso que si pudiésemos mostrar a la juventud su concepción equivocada y errónea del matrimonio a través de educación de calidad y familias no abusivas donde abunda el amor al hijo, podríamos erradicar este problema. Sin embargo, no me opongo a la realidad amarga de que es desmesuradamente difícil.
Últimamente, cabe destacar que el matrimonio se va dificultando cada vez más, particularmente para los hombres jóvenes que tienen sus propias reservas al respecto. No niego las de las mujeres pero estimo que los hombres están preponderantemente más desfavorecidos a nivel judicial en comparación con las mujeres que disponen de todo tipo de leyes de protección y de prevención de violencia contra mujeres. Por lo tanto, me parece más lógico abordar aquí los hombres. Cuando se casan, temen a que se divorcien de repente y se vean obligados a pagar pensiones conyugales indefinidamente, sin importar cuánto tiempo fueron casados. Muchos hombres están aterrorizados por la posibilidad de deber pagar pensiones conyugales o de ser acusado de violaciones que no comitieron, dado que los tribunales confían más en mujeres que en hombres en materia de delincuencia sexual, se abstienen de consentir al matrimonio muy temprano y se decantan por posponerlo para más tarde. Esta incertitud engendrada por el doble estándar de los sistemas judiciales del mundo actual lentifica el proceso al matrimonio y aumenta la edad media de matrimonio. Para resolver este asunto, existe una única solución: Los gobiernos deben ser concientizados al respecto y hay que la tendencia feminista actual se invierta en cierta medida en favor de los hombres.
En definitiva, es un hecho irrebatible que los jóvenes miembros de las nuevas generaciones están más reacios a la idea de matrimonio que los ancianos. Desgraciadamente, la oposición al matrimonio se propaga y no parece ralentizarse. Puede que sea mejor que nos casemos un poco más tarde que antes considerando el tráfago de la educación superior que se hace cada vez más exigente, pero negarlo por completo se traduciría por el colapso de la sociedad por falta de hijos, o al menos, falta de educación que nos llevaría a un tipo de sociedad mucho más brutal. El amor, el romanticismo y la afección se desvanecen para dar cabida a relaciones vacuas y efímeras. La juventud prefiere travesuras escurridizas y dejaderas al apego entrañable y duradero. Así, en conclusión, todos tenemos una responsabilidad moral hacia la sociedad: educar nuestros hijos no con el amor al placer ilusorio, sino con el amor al amor verdadero.
Muchísimas gracias por leer,
Athel.
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