La educación positiva - Ensayo argumentativo

La Educación Positiva

   No hace muchos siglos, solo algunas décadas atrás, la humanidad ha progresado a zancadas que nunca dio en alguna otra parte de su historia. Uno de esos progresos anonadadores se produjo en el dominio de la educación. De un mundo, donde se recurría a la violencia cuando surgía en clase algún alumno atrevido que osaba contradecir a su megalómano y pedantesco profesor, a un mundo donde se demanda a los profesores por apuntar ligeramente bajas notas. Ni siquiera menciono algún tipo de violencia como una suave bofetada, que conllevaría la destitución de su puesto para el enseñante. No obstante, no nos paramos aquí; a medida que transcurrió el tiempo, seguimos acuñando más nociones para manejar firmemente las riendas de la educación que supone la parte integral e indispensable de nuestra progenie.


 Una de estas nociones aparentemente benévolas es la educación positiva, según cuya definición es un tipo de educación y formación en los niños que se centra en el concepto de la cooperación en vez de basarse sobre el castigo en caso de falta de respeto o de disciplina. La educación positiva implica recompensas y alicientes que estimulan y acicatean a los niños para que respeten las reglas establecidas sin hacérselas inculcar a palos—forzosamente. Suena encomiable, sin embargo, yo me ladeo a la idea de que se debe poner su eficacia y credibilidad en tela de juicio y dimensionar su sostenibilidad exhaustiva y nimiamente. 


 Para los proponentes enfebrecidos de esta noción supuestamente innovadora y revolucionaria, la educación positiva supone mostrarle al niño una zanahoria que perseguir a la extremidad de una vara en vez de amenazarlo con la vara. Ayuda a extirpar hasta la más mínima miga de violencia o negatividad de nuestro sistema educativo, lo que es algo plenamente bueno. ¿ Empero, esta supuesta teoría de la educación positiva puede antojarse posible de veras? Opino que la respuesta final, al fin y al cabo de sinuosas y prolijas cavilaciones, resultaría un gran NO. ¿ Por qué? Porque no podemos descepar la proclividad maligna del hombre a la violencia; porque no podemos aplicarla en toda la extensión de sus dimensiones en la entereza de nuestro país; porque no podemos alterar la suciedad de la naturaleza humana. Los adultos quieren imponer castigos y los niños lo necesitan para que se pueda moldear su mente más hábilmente. A estas alturas, debería abrir paréntesis para discutir sobre la moralidad de moldear la mente de las futuras generaciones, no obstante, es el tema de un otro ensayo. Pero a mí me gusta que sepan, por lo menos, que no implico la inculcación de valores, comportamientos y patrones de pensamientos de manera estricta y despiadada, sino inyectar una modificación sútil para enmendar algún comportamiento tóxico. De todos modos, el cerebro humano funciona sobre el principio de galardón y castigo. Como no basta con infligir únicamente castigos para obtener un resultado, como en el caso del entrenamiento de las mascotas, tampoco basta con otorgar profusa y pródigamente los galardones placenteros en una ilusión de magnanimidad engañadora e irreal.


 Pues, ¿ que es la solución viable? A mi parecer, si lo que anhelamos por obtener con la educación positiva es una merma en la tendencia a la violencia de los niños en su adultez—aunque no perpendicular en la estadísticas—entonces el hecho de añadir algunas lecciones de ética, humanidad, valores humanos convendría visto que se teme hoy en día una depravación de las futuras generaciones y que no existe nada mejor que un profesor o una profesora para realzar la importancia de dichos conceptos. En mi opinión, serían más poderosas y productivas que transformar toda una pirámide educativa en una reunión de familiares—profesores y alumnos en esta metáfora— falazmente pacífica.


 Para extraer una conclusión final, a mí me gustaría realizar una recapitulación compendiada de todo lo que acabo de redactar: nuestros niños requieren castigos, aunque no sean violentos o zaheridores, para ser educados por inaceptables que parezcan. Tampoco se puede adoptar esta filosofía educativa dicha revolucionaria puesto que empujarse excesivamente hacia un lado extremo de este subibaja de castigos y recompensas lo haría inclinar y rompería el equilibrio.


Batuhan A.

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