II - Reseña del Primer Tomo de Los Miserables por Victor Hugo
Reseña II
Los Miserables - Tomo I
Segunda Parte - Reevaluación Exhaustiva
Antes que nada, Victor Hugo no elabora simplemente un acopio alambicado de sucesos e intrigas en los Miserables, sino teje una red moral inextricable que enreda al lector entre la compasión y la justicia. No obstante, debería admitir que me había equivocado flagrantemente acerca del quid de esta obra impecable cuando escribí la primera reseña a partir de lo que había leído hasta la parte donde el virtuoso e ínclito alcalde de Montreuil-sur-Mer, Don Madeleine, entra en juego. Mi reseña cubría el relato anterior a dicho alcalde y los giros narrativos que le rodean; sin embargo, resultó que la pluma de Victor Hugo se despliega a partir de aquel punto en toda la acepción de la palabra. La narrativa tomó un curso muy dispar al que tenía anteriormente a este punto; por lo tanto, dudo en realidad entre elaborar este artículo entero, prolongar el primer artículo ya publicado o redactar esta reseña y borrar la previa, relegándolo al basurero de la historia. Sea como fuere, aquí está mi reseña del primer tomo de los Miserables.
Victor Hugo, con su prosa incisiva y su talento para exponer una realidad aflictiva, siempre logra atraernos hacia una trama cautivadora de sucesos dramáticos y, a veces, sobrecogedores sin olvidar impartirnos lecciones valiosas a propósito de la sociedad, las relaciones sociales y, en general, la ética. Como uno de los raros escribientes que se enriquecieron y consiguieron la fama durante su vida, nunca dejó de ser un artista prolífico en su dominio aunque se interesaba por varias actividades, por ejemplo la pintura. Sin embargo, si hubo algo que eternizó su figura grabando su nombre en letras doradas, se llama Los Miserables sin lugar a dudas. Antes de leer el resto del tomo en entero, pensaba que el insigne autor jugaba con cartas abiertas al presentar el esquema general. De lo contrario, se revela a continuación que su estilo es de verdad mucho más intrincado de lo que suele parecer a simple vista.
A continuación, ya voy a contar el gran esquema, el resto del relato a partir de la ida de Jean Valjean, en resumidas cuentas pero me parece sensato comentar la obra a grandes rasgos. Es lo que conforma la esencia imprescindible de la reseña. En este sentido, hay que recalcar que Victor Hugo es un autor romántico que no se abstiene de hacer irrupciones repentinas en sus prosas. Con intervenciones tales como « Aclararemos este asunto y desentrañaremos este misterio más adelante en la historia, querido lector » puede fastidiar a ciertos lectores, de los que formo parte yo también, pero ahí, en sus irrupciones que le permiten dirigírsenos, se patentiza como el creador absoluto de esta ficción como si presumiera de su esmero y primor. A imagen de una estatua imponente, se erige el autor en medio de la prosa como un gigante singular que nos guía a través del dédalo de venturas y desventuras a menudo entrelazadas de modo aleatorio, inclusive leonino e injusto, como una mano divina que se extiende desde el cielo. Hasta se puede aseverar que él se enquillotra en proporcionarnos el desahogo lanzándonos este recordatorio implícito que nos restituye a nuestra realidad mundanal y nos trae de vuelta al confort de nuestra casa, nos rescata de las honduras en las que nos atrevimos a precipitarnos como aventureros descarados.
Además de su estilo intervencionista y casi divino, le complace a Hugo acicalar escrupulosamente sus escritos con descripciones tanto a nivel físico como espiritual. Gracias a su minucia, ningún matiz nos escapa, ni unas cuantas grietas de tamaño insignificante en la pared ni la hiedra que se cola por ellas. En cuanto a los retratos que dibuja, se detiene en rasgos de personalidad de cada persona y nos sumerge en sus conflictos internos, pero no cualquieras. Dichos conflictos internos giran usualmente en torno a dilemas morales que enfrentan la estima extrínseca, procedente de la reputación, contra la estima intrínseca, procedente de la compunción y del cuestionamiento propio. Eleva las dimensiones de la realidades perosonales que crea a tal punto que lo bueno y lo malo se vuelven borrosos. Nos lleva a reconocer que no existe una persona completamente buena o mala, ni blancos ni negros, sino que únicamente existen zonas grises, un gradiente difuso en el que los límites que distinguen diferentes tonos son imperceptibles. Tal vez ésta sea la última lección que esta pluma indeleble nos puede legar—como no somos enteramente demonio, no podremos ser enteramente ángel. La balanza de nuestra conciencia jamás tiene platillos vacíos.
Con esta última observación, me parece que ahora podemos proseguir para repasar el resumen. De antemano, os aviso que el resto del contenido está relleno de espóileres.
Después de la liberación del galeote por los gendarmes y su robo de 40 centavos al niño llamado Petit-Gervais, el relato salta años para reubicarnos en medio de una nueva tesitura completamente dispareja. Está ambientado en Montreuil-sur-Mer cuya alcaldía está ocupada por un señor respetable que se llama Madeleine y la narrativa se centra en la interacción entre él y una mujer despreciable, Fantine. De hecho, Fantine era otrora una fémina linda y bienquista; sin embargo, su carácter confianzudo se deja enamoriscar por un caballero, Félix Tholomyès, de apariencia benemérita y proba pero por lo contrario de talante falsario y embustero. Implicada en una relación demasiado íntima para la moralidad de su época y, sucumbiendo al señuelo de la concupiscencia y las tentaciones de la impudicia, dio a la luz a una hija, a la que nombra Cosette, con él fuera del matrimonio. Sin embargo, Félix abandona a la malaventurada mujer sin aviso en vez de contraer matrimonio. Tras este suceso, él pierde toda la estima de la que gozaba y, en la pobreza, se ve forzada a trabajar en una fábrica para subsistir a las necesidades tanto de sí misma como de su hija que ella ha dado a otra familia llamada Thénardier para cuidar de ella, lejos de ella.
Pese a su esfuerzo por manter su historia ocultada, el propietario de la fábrica, el alcalde Don Madeleine, se entera del pasado sucio de Fantine y la licencia en nombre del pudor, juzgándola indigna de mantener su empleo. Como ella no dispone de ninguna fuente de ingreso, hasta se prostituye para poder sobrevivir, lo que le valió una notoriedad aún peor. Ella hace todo lo que se encuentra en el dominio de las posibilidades para poder llegar a fin de mes. Hasta se arranca dos dientes con el fin de venderlos a un precio frívolo en el mercado negro. Su coyuntura se empeora.
Un día, un aristócrata acaudalado acosa a Fantine pero ambos se enredan en una pelea violenta en la que interviene el inspector de policía Javert, apático y estricto, pero resuelve el conflicto en detrimento de ella maltratando y arrestando a Fantine. Javert quiere castigarla pero a este designio se opone vehementemente un alto funcionario: el mismísimo alcalde Madeleine. Él no autoriza su arresto y la salva de este predicamento, aunque temporalmente.
Javert se muestra desobediente y desacata durante un rato antes de ceder ante la tenacidad e intransigencia del alcalde. Este acontecimiento se revela más tarde en el relato, pero el inspector interpone por rencor una denuncia alegando que el alcalde sería en realidad un antiguo galeote reincidente con antecedentes criminales graves, cuyo nombre es Jean Valjean según los registros.
Como cualquier magnate benemérito haría, Don Madeleine indaga en el contexto de Fantine y los factores que la condenaron o, por lo menos, contribuyeron a su condena a esta vida miserable. Al percatarse de su parte de responsabilidad, la aloja en un albergue, un hospicio donde monjas se hacen cargo de ella. Juntos, entablan una amistad y el distinguido hombre le promete a la mujer rescatar a su hija de los Thénardiers. A poco tiempo de esto, las noticias de un malhechor capturado infraganti con una rama de manzano hurtada llega al alcalde. El reo pretende llamarse Champmatthieu pero se sospecha, según atestiguan los testigos, que su verdadera identitad sería la del malfamado galeote, es decir, Jean Valjean. De acuerdo con la comisaría, él se halla ya bajo orden de arresto emitida en rebeldía por el robo de 40 centavos a un pequeño niño saboyano—Petit-Gervais. Habría encubierto su verdadero nombre sustituyéndolo con un seudónimo derivado de este último y del nombre de su madre. Al recibir esta noticia, Don Madeleine se queda helado, ya que él era Jean Valjean en realidad.
Él cavila sobre cuál sería el curso de acción más justo y recto. Por ende, él duda entre delatarse y callarse. Si se callase, haría algo vergonzoso pero salvado su la estima de la que goza. Al revés, haría lo justo pero perdería todo lo que había obtenido hasta entonces. Asimismo, todos sus servicios se echarían a perder y los necesitados que él amparaba y socorría estarían privados de su bienhechor. Al lado del antiguo galeote presuntamente malvado, la gente inocente parecería. A estas alturas, la pluma de Victor Hugo nos somete, junto a nuestro protagonista, a un dilema moral cuya esencia se puede circunscribir de la manera más compendiosa tal como él lo plantea: ¿ Debo ser un demonio en el paraíso o un ángel en el infierno?
Al fin y al cabo, decide asistir a la audiencia y arriba al aldea a duras penas, evitando perdérsela por poco. A vista del maltrato y humillación que sufre el infausto hombre desacertadamente imputado de fraude de identidad acompañado de varias otras incriminaciones subsiguientes, ya no puede aguantar el desafuero y despotrica contra todos los partícipes, revelando su identidad y corroborando las afirmaciones aducidas mediante pruebas irrebatibles como el conocimiento que tiene de los tres testiguos, que eran sus compañeros en la cárcel y reconocían supuestamente a Champmatthieu como el verdadero Jean Valjean. En fin, da a conocer su dirección y se despide con prontitud. Como consecuencia, el juez lo hace arrestar cuando se hallaba en su domicilio en Montreuil-sur-Mer cuando daba, cuestinado por Fantine, cuentas de Cosette que él todavía no había recuperado de los Thénardiers. Al enterarse de que su hija aún está en manos ajenas y al ver al inspector de policía Javert de nuevo, venido para capturar a Jean Valjean, Don Madeleine, Fantine muere de pena. Si bien se rinde Jean Valjean tras su fallecimiento, logra fugarse de su centro penitenciario y, después de lamentar a Fantine a su cabecera, se encamina hacia la Ciudad de las Luces, París, a hurtadillas y el primer tomo de los Miserables acaba.
En retrospectiva, puedo decir que ahora me regocijo de los giros escandalosos y entristecedores del drama que antes me solían perturbar en el alma, porque me di cuenta de que la obra carecería de su enganche sicológico, de su cariz cautivador pero lóbrego, así que de su objeto de curiosidad si no estuviera provista de las desdichas constantes y cambios de derrotero que surgen por doquier. En efecto, es exactamente esta inconstancia de la narrativa que convierte a Los Miserables en un tesoro inestimable que madura a sus lectores y acarrea lecciones valiosa.
Dos de este sinfín de lecciones que se nos presentan a lo largo de la historia son la volatilidad del respeto humano y el impacto del pasado en el futuro. La primera lección, o mejor dicho enseñanza, dicta que la sociedad no tiende a juzgar a una persona con clemencia y de modo integral. La actualidad que rodea nuestro nombre sesga las opiniones en consecuencia. De acuerdo con la índole de nuestro estado actual, la gente y, en particular, la gente de a pie nos ensalza al cielo o nos degrada al infierno. Si bien hemos actuado con espíritu filantrópico, los componentes hipócritas y descarados de la sociedad siempre tienen esta malvada proclividad a borrar nuestro nombre en favor del apodo que nos atribuyen nuestras condiciones actuales.
La segunda lección, la con respecto a la huella determinante y permanente que imprime nuestro pasado en nuestro porvenir, también es de crucial importancia. Si bien el mundo evolucionó, dando lugar a un nuevo orden que dicta la momentaneidad y la busca de la ganancia y del placer a toda costa, es un hecho irrebatible que el pasado que elegimos para nosotros mismos incide amplia y fuertemente en el futuro que construiremos adelante, porque delata el temperamento y la personalidad que nos definen como persona, y esto es de capital importancia cuando se trata de perfilar y filtar a gente en cualquier asunto, sea la contratación de empleados para la creación de una nueva empresa o sea la elección de un compañero romántico. En mis términos, las frutas de los árboles que plantamos nosotros determina la belleza de nuestro huerto. Por ende, determina también las criaturas que lo visitarán. ¿ Serán moscas y cucarachas o mariposas y mariquitas? En la historia que él urde meticulosamente trata de esta realidad cruda de modo premonitorio. Sí, podemos esmerarnos en resarcir un pasado de mal proceder; no obstante, los pecados siempre dejan una huella indeleble atrás. Esto es la lección que nos imparte esta pluma excelsa.
A modo de conclusión, hay que admitir que esta prolija novela sigue su curso en su universo ficticio, ya que todavía estoy al final del primer tomo y me quedan más a ciencia cierta. Sin embargo, cada capítulo de Los Miserables, ni hablar de tomos, es una obra eximia aparte que vale su peso en oro como tal. Así, Los Miserables demuestra su valor inapreciable más allá de ser un libro que nos recomiendan los profesores por hábito inveterado.
Muchas gracias por leer,
Athel.
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